A los 60 años de edad, Diego Armando Maradona dejó de existir físicamente este miércoles víctima de un paro cardíaco del que no logró ser reanimado mientras se encontraba en su casa, ubicada dentro del country San Andrés, en el partido bonaerense de Tigre.
Más allá de ser una personalidad que trascendió las fronteras del fútbol, fue justamente en el deporte más popular del mundo que Diego, nacido un 30 de octubre de 1960 en Lanús Oeste -aunque vivió sus primeros años en Villa Fiorito-, sacó a relucir su talento genuino: el de jugador de fútbol.
Tras varios años en las divisiones inferiores de Argentinos Juniors, club al que llegó en 1969, el “Pelusa” debutó profesionalmente un 25 de octubre de 1977 (cinco días antes de cumplir 16 años) con la camiseta del Bicho ante Talleres. Aquel partido finalizó 1-0 en favor del equipo cordobés gracias a un gol de Luis Ludueña, en el primer tiempo.
El DT que le permitió sumar sus primeros minutos en cancha fue Juan Carlos Montes, que en el segundo tiempo de dicho encuentro, giró su cabeza hacia el banco de los suplentes y le susurró al pibe de cabellera enrulada y poco más de metro sesenta y cinco de estatura: “Vaya pibe, juegue como usted sabe y si puede, tire un caño”. Así, entró en lugar de Rubén Aníbal Giacobetti, que había debutado meses atrás.
Y si bien muchos aseguran haber sido testigos de aquel primer partido del pibe surgido del potrero “Las Siete Canchitas”, lo cierto es que esa tarde primaveral de miércoles, en la vieja cancha de Ferro, donde los de La Paternal eran locales, hubo poco más de 5 mil espectadores, que sin saberlo, presenciaron los primeros destellos de talento de un joven predestinado a triunfar.
En Argentinos jugó cinco temporadas (hasta 1980), en las que totalizó 166 presencias, 116 goles y 65 asistencias. Una para nada despreciable media goleadora de 0,70.
El 20 de febrero de 1981, Diego firmó su contrato profesional con Boca Juniors, aunque también había recibido una suculenta oferta de River (le ofrecieron ganar más que el campeón del mundo Ubaldo Fillol, el mejor pago del plantel). Sin embargo, los colores auriazules le tiraron más y llegó a La Ribera.
Debutó dos días después de la estampa de la firma, nuevamente ante Talleres, rival al que esta vez logró vencer, por 4-1 y con dos goles suyos. A los pocos días se desgarró, aunque tres semanas después se recuperó y tuvo una brillante actuación en un Superclásico jugado una noche de viernes bajo la lluvia ante River en La Bombonera: fue triunfo 3-0, con dos goles de Miguel Ángel Brindisi y el restante del “Pelusa”.
En su primera etapa en el Xeneize, jugó 40 partidos, anotó 28 goles y brindó 17 asistencias, con el plus de haber conducido al equipo a la conquista del Metropolitano ‘81, su único título en el fútbol argentino. Poco menos de un año después de su arribo, en febrero del ‘82, jugó su último partido ante el Millonario, y se marchó a la concentración de la Selección Argentina previo a la disputa del Mundial de España, su primera experiencia mundialista, donde marcó dos goles en cinco partidos. Allí, la Albiceleste diría adiós en segunda ronda.
Tras la cita ecuménica, pasó a las filas del Barcelona de España, que pagó cerca de 1.200 millones de pesetas por el 100% de su pase. En el equipo culé puso primera un 3 de agosto de ese mismo ‘82 en un amistoso ante el SV Meppen alemán. A fines de ese año, enfermó de hepatitis y estuvo alejado de las canchas durante tres meses.
El Barsa sintió su ausencia y se despidió antes de tiempo de la Recopa de Europa, el título que le quedó pendiente en Europa. El tiempo pasó, y en septiembre de 1983 sufrió una grave lesión a raíz de una patada de Andoni Goikoetxea, del Athletic Bilbao. La consecuencia fue estar fuera de los campos de juego durante tres meses pese a que los pronósticos presagiaban medio año de parate.
En los culés estuvo las temporadas 1982-83 y 83-84, en las que alcanzó 38 tantos y 24 asistencias en 58 encuentros. A nivel de títulos, ganó tres: Copa del Rey 82/83, Copa de la Liga y Supercopa de España ‘83.
A mediados del ‘84, se marchó al Nápoli de Italia.
En el equipo del sur italiano se convertiría, en poco tiempo, en su mayor ídolo, gracias a memorables actuaciones y su personalidad ganadora, que ayudaron al equipo napolitano a salir de un opaco ostracismo en el que se encontraba inmerso desde hacía tiempo: antes de la llegada de Diego, el Nápoli nunca había ganado el torneo local y llevaba una década sin conseguir la Copa Italia.
Dos años más después de su arribo a Italia, encabezó el plantel argentino que disputó el Mundial de México, dirigido por Carlos Salvador Bilardo. Allí, el astro fue la indiscutida figura, con 5 goles y 5 asistencias en 7 partidos, incluidos los dos que le convirtió a Inglaterra en cuartos de final. Esos tantos, “La Mano de Dios” y “El gol del Siglo” son aún hoy los dos goles que cualquiera selección haya marcado en una cita mundialista.
En la final ante Alemania, Diego asistió a Jorge Burruchaga para el gol del 3-2 que le dio la máxima alegría a todo un país que años atrás había recuperado la democracia, y que tras el triunfo ante los británicos, sintió haberse tomado “revancha” por la fallida de Guerra de Malvinas.
El salto de Maradona en el equipo parténope se produjo luego de la conquista del Mundial de México ‘86 con la Selección Argentina. Para ese entonces, Diego ya era una figura consagrada y supo sacar provecho de eso. Tras el histórico tercer puesto en la última temporada liguera, el equipo encontró en el argentino su principal motivación para de una vez por todas ser campeón local. Y así fue: la temporada 86/87 quedó para el equipo napolitano, escenario que se repitió en la 89/90. Y como si esto fuera poco, en el camino se abrochó una Copa Italia, una Copa de la UEFA y una Supercopa de Italia.
En resumen, con el astro argentino vistiendo sus colores, el Nápoli ganó los únicos dos Scudettos de su historia y el único título internacional de su historia, lo que le permitió al Diez erigirse como, sin discusión alguna, en el mayor ídolo de la afición napolitana, en la que la noticia de su muerte impactó tan fuerte como en nuestro país.
Tras la vuelta del Mundial de Italia ‘90, donde la Albiceleste fue subcampeona y Maradona balón de bronce, en marzo de 1991, la figura argentina dio positivo en un control antidoping por primera vez en su carrera, por lo que debió purgar una sanción de 15 meses.
Para julio del ‘92, cuando vencía su sanción, y pese a que el Nápoli aún lo quería en sus filas, se convirtió en refuerzo del Sevilla, en su segunda experiencia en el fútbol de España. Allí, sería dirigido nuevamente, aunque esta vez a nivel clubes por primera vez por Bilardo. Su paso por el equipo blanquirrojo contó con 26 partidos jugados y 5 goles.
Al poco tiempo, armó las valijas y regresó para jugar en la Argentina después de más de una década. Esta vez, el equipo elegido no sería Boca, sino Newell’s Old Boys de Rosario, en el que fue presentado en septiembre de 1993 ante 40 mil personas, pese a que ese día, la Lepra no jugaba ningún partido, sino que presentaba al astro ante su gente. La experiencia maradoniana por Ñuls duró apenas tres meses, en los que jugó cinco partidos, en los que no marcó goles. Sin embargo, toda la hinchada leprosa guarda un enorme cariño y nada ni nadie puede quitarle que quien fue y será, para muchos el jugador de la historia, se haya calzado la rojinegra.
Luego de su travesía por Rosario, Diego lideró el plantel argentino que disputó el Mundial de Estados Unidos ‘94 bajo las órdenes de Alfio Basile. Allí, y pese a que ya contaba con 34 años, Maradona jugó la fase de grupos en una gran versión, con un gol ante Grecia en el primer partido. Días después, tras el triunfo ante Nigeria, a Maradona le tocó el control antidoping, el cual terminaría dando positivo al ser hallados restos de cinco sustancias prohibidas. A raíz de ello, el emblema albiceleste fue sancionado con 15 meses y desafectado de la concentración mundialista. La Selección sintió su notable ausencia y cayó eliminada en octavos al caer frente a la ignota Rumania. Muchos aseguran que de no haber sido por la salida de Diego del plantel, aquel equipo conducido por el “Coco” estaba para pelear por el título.
El tiempo pasó, el Diez dirigió por breves lapsos a Deportivo Mandiyú y Racing de Avellaneda, hasta que la sanción concluyó y pudo volverse a calzarse los botines. Esta vez sí, a diferencia de años atrás, el equipo elegido sería Boca Juniors, del que se había marchado hacía 14 años.
Aquel equipo post retorno al fútbol -compartió plantel con Claudio Caniggia y Diego Latorre, entre otros- tuvo serias chances de quedarse con el título, pero una derrota con Racing en la recta final le cerró las puertas. Luego, Diego decidió tomarse unos meses de receso y regresó recién 11 meses después. Entremedio sufrió algunos problemas de salud que lo llevaron a coquetear con el retiro, aunque al menos en ese momento no se concretaron.
Para 1997, Diego se puso bajo las órdenes de Ben Johnson para así estar a punto físicamente y seguir jugando profesionalmente al fútbol. Regresó el 9 de julio ante Newell’s, pero en agosto dio positivo nuevamente en un control, aunque la sanción le fue levantada y pudo continuar en acción.
Casi sin saberlo, Diego jugó su último partido como profesional el 25 de octubre de 1997, en un Superclásico que Boca le ganó 2-1 en el Monumental a River con goles de Julio César Toresani y Martín Palermo, y en el que él salió reemplazado en el complemento en lugar de un jovencísimo Juan Román Riquelme.
Cuatro días después, en la antesala de su cumpleaños n°37, tomó la decisión, sin echar culpas, de retirarse del fútbol, deporte que hizo suyo y al que tanto le dio durante 21 años.
A nivel clubes, dijo presente en 588 partidos, anotó 312 goles y brindó 207 asistencias, mientras que con la camiseta de su país, esa que tanto amó y a la que puso en la cima del mundo, totalizó 34 goles en 91 partidos y cuatro mundiales jugados. Con la Sub 20, en la que jugó un puñado de años antes de saltar al estrellato, jugó 25 encuentros y marcó 14 goles, con la conquista incluida del Mundial de Japón 1979, en la que fue su principal figura.
Diego, gracias por tanto. Serás eterno.
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