
El equipo de la dupla Tecnica Orsi – Gomez ya salió Campeón y todo El Pueblo en Vicente López Festejan.

Con garra, con corazón. Ya no quedaba físico que aguantara. Las piernas temblaban, los pulmones gritaban por aire, pero había algo que las impulsaba. Algo que no se ve, pero que se siente.
El amor a sus colores. La lealtad a su gente. Esa gente que dejó todo y no le importó nada. Porque a veces no hace falta llenar un estadio con 48 mil personas. A veces basta con que el barrio entero grite, aunque sea desde cada casa, desde cada esquina.

Serán quince en la cancha. Y un poquito más en las tribunas. Pero con la fuerza de un volcán. Un volcán que rugió tan fuerte, que se llevó por delante a todos los grandes. Esos grandes con estadios repletos, con las cámaras, con los flashes. Pero sin algo que este equipo sí tiene.

Lo que movía a esos jugadores, lo que les empujaba las piernas cuando ya no daban más… era amor. Amor a su historia, a su camiseta, a su barrio. A cada vecino que se quedó en su casa pero con el corazón en la cancha.

El Calamar no necesitó cifras, ni estadísticas, ni marketing. Le bastó con algo más profundo: ser fiel a lo que es. Jugar con hambre, con corazón, con la locura hermosa de soñar en grande cuando todos te ven chiquito.

Y así, sin físico pero con alma. Sin miles en la tribuna pero con miles de voces alentando desde todos lados, el Calamar consiguió lo impensado.

Su primera estrella. La que brillará por siempre. La que contará la historia del equipo que se rebeló ante los gigantes. La que nos enseñó que a veces, para ganar, no hace falta ser el más grande… sino simplemente ser el más valiente.



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